De ese año recuerdo que fuiste la primera persona a quien amé. Libre e inocente. No importaron ni el tiempo ni las horas, lugares, razones, camas vacías, padres ausentes, buses rojos ni mi ticket de avión solo de ida. Te llevo en mi corazón y cerca de él aún cuelga de mi cuello el collar que con tu distintiva sencillez pusiste en mi mano cuando terminó aquel verano. Te besé sabiendo que era la última vez pero esperando que el destino fuera menos cruel y esta vida menos macabra. Ahora voy pidiendo volver con cada suicidio de estrella. Pero son muchas las estrellas que se quitan la vida cuando tengo los ojos cerrados. Al cerrarlos te veo: tus ojos azules e infinitos como el mar, tu aroma, tu barba de dos días, su roce y ardor contra mis mejillas rosas. Siempre me gusto tu boca y como la hacías a la derecha cuando me tenías pena. Me enamoraba también la forma en que te ponía nervioso y tratabas mucho para no tartamudear. Me confesaste que me amabas después de poco y no te lo pude decir de vuelta a pesar de que también lo sentía por ti. Tan cobarde yo y tan valiente tú. Eso fue lo que mas me dolió, siempre fuiste valiente por los dos. Te quería dar mi vida pero aún no era mía. Ofreciste salvarme de mi misma pero no soy, ni fui, suficientemente egoísta para que cayeras por mi peso. Y hoy, en noches de verano como las que pasamos perdidos por las calles buscando direcciones con tu música irlandesa sonando en el estéreo, te echo de menos y me pregunto que será de ti. ¿A que cabecitas besarás y les prometerás que todo va a estar bien? Te extraño, pero te llevo conmigo aún sin saberlo. Lo que soy es por lo que fuiste conmigo. Si bien no se puede vivir de recuerdos, el tuyo me ayuda a sobrevivir noches como esta...
